¿Nacemos sabiendo cómo enfrentarnos a la vida? ¿Nacemos con recursos suficientes para ello? ¿Deberíamos saber cómo actuar ante cada situación? La respuesta rotundamente es NO. A pesar de ser seres con capacidades innatas asombrosas, éstas han de ir desarrollándose con el tiempo en interacción con un ambiente favorecedor, pero si somos realistas, crecer y desarrollarnos en un ambiente ideal, no es una perspectiva muy alcanzable, ¿verdad? Seguro que recuerdas algún día en el que alguno de tus padres no estuvo cuando lo necesitabas, invalidó tus emociones, no te apoyó cuando para ti era importante, o te exigió mucho en los estudios, en tu físico o en tu manera de comportarte y de sentir. Puede que también recuerdes a aquél compañero de clase que te trató mal o se burló de ti, o aquel profesor que te dijo que nunca llegarías a nada. Quizás recuerdas aquél amor que te rompió el corazón o aquél comentario hecho sobre tu físico que te hizo sentir diferente e inferior. Todos en algún momento de nuestra vida, hemos experimentado situaciones similares a las descritas. Estas situaciones, no permanecen en el olvido, si no que influyen notablemente en nuestro desarrollo psicológico. Así, en función de nuestras experiencias vitales, nuestras capacidades potenciales, pueden desarrollarse favorablemente o bien tornarse en otras estrategias o maneras de ver y enfrentar la realidad menos funcionales y desadaptativas.
Por tanto, partiendo del hecho de que no somos perfectos ni nacemos con recursos completos de afrontamiento, e incluso como hemos visto, habitualmente los aprendidos son disfuncionales o limitantes, podemos comprender mejor que en ocasiones, podamos tener serias dificultades para responder a las exigentes demandas que nos presenta nuestra sociedad actual.
Imagina un vaso que se va llenando por diferentes grifos. ¿Qué crees que pasará si no para de llenarse y en ningún momento lo vaciamos? Efectivamente, desbordará y empapará todo lo que haya a su alrededor.
Todos tenemos dentro de nuestro cuerpo y mente una especie de recipiente, al que llamaremos “recipiente emocional”. Este recipiente, va llenándose de información y contenido procedente de diferentes fuentes. Pero hay un problema, como todo recipiente, tiene capacidad limitada, por lo que si no vamos vaciándolo poco a poco, acabará desbordándose, empapando todo lo que haya a su alrededor (al igual que le pasaba al vaso de nuestro ejemplo). Esto es lo que nos sucede a las personas cuando no tenemos herramientas o recursos psicológicos suficientes para enfrentar la realidad, de manera que nuestro recipiente emocional, con el tiempo y de manera sigilosa, va acumulando emociones negativas, frustraciones, conflictos, y ansiedades, hasta desbordar y empapar áreas relevantes de la persona.
Es en este momento, cuando nos sentimos desbordados, cuando pueden surgirnos preguntas como las siguientes: ¿debería ir a terapia? ¿Estoy lo suficientemente mal o mi problema es tan importante como para ir al psicólogo? No existe un termómetro ni una ley escrita que marque o describa cuándo un problema es lo suficientemente relevante como para que una persona acuda al psicólogo, pero sí existe un criterio importante: cuando nuestras emociones y estrategias de afrontamiento empiezan a crearnos conflictos, dificultades para alcanzar nuestras metas, malestar significativo y deterioro, cuando sentimos que no somos nosotros mismos, que estamos irascibles, que todo nos molesta, que ya no disfrutamos de las cosas como antes, que nuestras relaciones han cambiado, o que no nos sentimos bien con la persona que somos, puede ser un buen momento para empezar una terapia. Una vez identificadas nuestras dificultades, y reflexionando sobre la posibilidad de empezar una terapia psicológica, pueden surgirnos ciertos miedos y dudas: ¿soy débil por necesitar ir a terapia? ¿los demás me van a juzgar negativamente? ¿Ir a terapia supone no ser capaz o ser insuficiente? En el siguiente post responderé a estas usuales preguntas que surgen cuando nos planteamos la idea de iniciar una terapia y que pueden llegar a limitar nuestra petición de ayuda profesional si nos dejamos llevar por ellas de manera equivocada.
Asique, si alguna vez has sentido algo como lo descrito, o lo estás sintiendo ahora, recuerda que no hace falta esperar a estar hundido o a empapar más áreas de tu vida con tu malestar para ir a terapia. Tus problemas y dificultades siempre serán relevantes si te suponen un perjuicio en tu día a día.
Si estás dispuesto a dar el paso de acudir a terapia, no lo dudes, busca ayuda profesional.
¡Con ayuda y esfuerzo todo se puede, déjate ayudar!